De
entre todas las señales que últimamente nos alarman, hay una que hace poco me llamó la atención. El dueño
de Mercadona, el señor Juan Roig, el más cabal y emprendedor de los hermanos
Roig, dejó caer la perla de que tenemos que imitar la cultura del esfuerzo con
que trabajan los chinos en España, al hilo de dar ideas para superar la
galopante crisis. Vaya por Dios, el empresario citado como buen modelo, que
reinvierte buena parte de sus ganancias en abrir más centros y crear más
puestos de trabajo, y que no le ríe las gracias ni a pesoes ni pepes, se
desayuna con esta nefasta idea y tópico envenado. Va a ser que los puestos de
trabajo que el señor Roig crea son a cuenta de puestos que se pierden en el
pequeño y mediano comercio, y que se pierden también porque las grandes
superficies asfixian a los proveedores, y además deslocalizan con alegría buena
parte de la producción. O sea, que a lo mejor salen más gallinas de las que
entran. Lo que está claro que el señor Roig escala puestos en el ranking de
superricos.
Pienso
que debería rectificar. El problema de la crisis sabemos que no tiene que ver con que aquí
se trabaje poco. Y al ciudadano chino que hemos acogido con amabilidad, y que
ha venido buscando un futuro digno, deberíamos inculcarle la cultura
mediterránea. Si han venido a España que no sea para seguir trabajando como
chinos. Seduzcámoslos. Corrompámoslos. Si los almorávides en tiempos de
Al-Ándalus acabaron relajando sus rígidas costumbres, dejemos que los chinos se
vayan integrando y vayan conociendo las virtudes de una sociedad que no vive
solo para el trabajo. Es más, estamos siendo cómplices de la falta de
libertades de China. Las grandes naciones apenas censuran tímidamente algún
asuntillo que traspasa fronteras por aquello de quedar bien. China es hoy un supuesto
comunismo que usa las reglas del capitalismo, con altísimo índice de
millonarios y una brutal desigualdad social. Les compramos un producto barato
sabiendo que trabajan indignamente mientras aquí se pierde el tejido
productivo. Y ahora, con la excusa de la crisis, y para poder competir ese
producto de países en desarrollo, debemos trabajar más y ganar menos. Nos han
timado claramente. Ya sabemos porque los chinos sospechan. Ya lo sabemos.
Hoy ya
se habla de chinización. En mi viñeta reflejo ese triste proceso como
Chinamorphosis. Bueno es que lo denunciemos a tiempo si queremos evitar la
catástrofe. Es otro síntoma del “Apocalipsis tocino”. La avaricia de unos pocos
nos arrastra por el camino de la amargura.
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